miércoles, 1 de abril de 2020

Viajeros de papel. Infierno.

Un mes después de mi último viaje en el tiempo decidí que ya era hora de emprender uno nuevo, aunque diferente, más ficticio. Fuí a la estantería del comedor y cogí el libro más antiguo de todos:
 la Divina Comedia de Dante. Lo abrí por el principio y de la nada aparecí en una barca junto a dos hombres en un lugar oscuro y siniestro. A mi lado se encontraba Dante y delante Caronte, yo me había convertido en un señor, supuse que me hallaba en el cuerpo del poeta Virgilio, guía de Dante. Caronte nos dejó en la orilla, y desde allí recorrimos todos los círculos del Infierno. 
Llegamos al primer círculo donde habitaban los que murieron sin haber recibido el bautismo, su condena era saber que permanecerían ahí siempre. Pasamos al segundo círculo y nos topamos con Minos, a quien las almas confesaban sus pecados, ahí se encontraban los lujuriosos que eran arrastrados por un incesante y fuerte viento. En el tercer círculo, guardado por Cerbero (el perro de las tres cabezas), se castiga el pecado de la gula, donde se sufre una tormenta perpetua con lluvia y granizo. Seguidamente atravesamos el cuarto, allí permanecen los pródigos y los avaros, el quinto, donde se hallan los castigados por la ira, el sexto, en el que se condena a los herejes, y el séptimo, que permanece custodiado por el minotauro y se castiga a los violentos, hasta llegar al octavo. 
Entramos al octavo círculo, en el que se condenan las distintas clases de fraude, y vimos una gran catarata. Ya en el noveno círculo, donde se encuentra Lucifer (un gigante de unos mil metros), mi aventura llegó a su fin. Saqué mi novela y la abrí nuevamente.


Al aparecer en casa me sentía agotada y me acosté en la cama para descansar y asimilar todo lo sucedido durante el trayecto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario